lunes, 11 de enero de 2010
SOBRE EL ACTO DE COLECCIONAR.
Resignificación-sacralización-Reliquia.
Un individuo busca un objeto…entre muchos, lo identifica (al fin), lo elige y en ello puede haber reflexión (pero cierta y lícitamente puede también no haberla). Luego, una vez que este individuo se apropia que aquel cuerpo, que lo obtiene para sí, que lo adquiere… lo abarca desde una reescritura recientemente ideada para ese objeto y no otro, solo ese, y al parecer solo en ese momento. Al reescribir ese objeto, al re-concebirlo, se le otorga un nuevo tipo de valores, de ideas, de asociaciones, de lecturas, que se van integrando al objeto, que lo envuelven…lo transforman y…lo resignifican.
Adquiere así el objeto una nueva dimensión, una en la que participan el recuerdo y la memoria. Se revisan pequeñas historias, anécdotas lejanas, leves minutos de felicidad, de melancolía, de calma, de tristeza y surgen “mitos-objétuales” recién concevidos para el “personaje-objeto”. Se le apoda icono de un algo que a veces de tanto ser pronunciado se vuelve innegable en el reservorio de la memoria, cuando ciertamente puede nada más ser una historia inventada, heredada o una anécdota modificada.
Luego la repetición, la síntesis, todo en uno y redundantemente y de pronto…el objeto ahora es un icono de algo y vamos atribuyéndole proezas y motivos…se va integrando de esta manera al que colecta. Se reafirma y se válida como el simbolo de un concepto, de aquello que se respeta antes que otras cosas, que se revindica cada vez que sea necesario, un objeto en el que uno se reconoce y que se abarca desde lo sacro, desde una sacralizad secular, se comprende así por que de otra manera no se da respuesta a todo lo que remite. Se lo transforma entonces… en una reliquia. No una reliquia “santa” como diría algún beato religioso, sino una reliquia por los años, que quizá no tiene, pero representa, por permanecer como único (aunque muchas veces no original) sobreviviente de aquello que se memora, es un significado abstracto ocupando un cuerpo, un espacio físico y pasa también a ocupar un espacio en la casa a la que llega, un espacio en el que quizá descanse, repose, de tanto ajetreo por el encuentro, el traslado, la re-significación y finalmente la asignación del lugar apropiado.
Se lo integra a lo cotidiano, a la geografía de una casa y se lo observa de lejos, ocasionalmente se visita, y menos veces aún se toca o se muestra, quizá para no “cansarle el significado” y cuando se lo retoma, es casi como una premiación autoinferida…, casi como un premio al buen hacer o al buen sentir, como cuando se es niño y te obsequian caramelos y te los comes de a poquito para que no se te acaben nunca, para no cansarte de ellos, para siempre sentir ese dulzor de diablos que te cruza la garganta y que se te pega en las manos, en los labios, en la cara y hasta en los cabellos.
Todo el proceso, es como un abanico de metáforas que se suceden unas a otras, a veces no es necesario intelectualizar, ni teorizar, para comprender las relaciones (de los términos y de los procesos), son tan claras… tan limpias, que ataviarlas innecesariamente es “capturarles los atajos”.
Pía Carolina Aldana C.
Un individuo busca un objeto…entre muchos, lo identifica (al fin), lo elige y en ello puede haber reflexión (pero cierta y lícitamente puede también no haberla). Luego, una vez que este individuo se apropia que aquel cuerpo, que lo obtiene para sí, que lo adquiere… lo abarca desde una reescritura recientemente ideada para ese objeto y no otro, solo ese, y al parecer solo en ese momento. Al reescribir ese objeto, al re-concebirlo, se le otorga un nuevo tipo de valores, de ideas, de asociaciones, de lecturas, que se van integrando al objeto, que lo envuelven…lo transforman y…lo resignifican.
Adquiere así el objeto una nueva dimensión, una en la que participan el recuerdo y la memoria. Se revisan pequeñas historias, anécdotas lejanas, leves minutos de felicidad, de melancolía, de calma, de tristeza y surgen “mitos-objétuales” recién concevidos para el “personaje-objeto”. Se le apoda icono de un algo que a veces de tanto ser pronunciado se vuelve innegable en el reservorio de la memoria, cuando ciertamente puede nada más ser una historia inventada, heredada o una anécdota modificada.
Luego la repetición, la síntesis, todo en uno y redundantemente y de pronto…el objeto ahora es un icono de algo y vamos atribuyéndole proezas y motivos…se va integrando de esta manera al que colecta. Se reafirma y se válida como el simbolo de un concepto, de aquello que se respeta antes que otras cosas, que se revindica cada vez que sea necesario, un objeto en el que uno se reconoce y que se abarca desde lo sacro, desde una sacralizad secular, se comprende así por que de otra manera no se da respuesta a todo lo que remite. Se lo transforma entonces… en una reliquia. No una reliquia “santa” como diría algún beato religioso, sino una reliquia por los años, que quizá no tiene, pero representa, por permanecer como único (aunque muchas veces no original) sobreviviente de aquello que se memora, es un significado abstracto ocupando un cuerpo, un espacio físico y pasa también a ocupar un espacio en la casa a la que llega, un espacio en el que quizá descanse, repose, de tanto ajetreo por el encuentro, el traslado, la re-significación y finalmente la asignación del lugar apropiado.
Se lo integra a lo cotidiano, a la geografía de una casa y se lo observa de lejos, ocasionalmente se visita, y menos veces aún se toca o se muestra, quizá para no “cansarle el significado” y cuando se lo retoma, es casi como una premiación autoinferida…, casi como un premio al buen hacer o al buen sentir, como cuando se es niño y te obsequian caramelos y te los comes de a poquito para que no se te acaben nunca, para no cansarte de ellos, para siempre sentir ese dulzor de diablos que te cruza la garganta y que se te pega en las manos, en los labios, en la cara y hasta en los cabellos.
Todo el proceso, es como un abanico de metáforas que se suceden unas a otras, a veces no es necesario intelectualizar, ni teorizar, para comprender las relaciones (de los términos y de los procesos), son tan claras… tan limpias, que ataviarlas innecesariamente es “capturarles los atajos”.
Pía Carolina Aldana C.
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